La payada, el payador y su arte
La payada es una expresión artística cuyo
origen se estima proviene de los campesinos españoles y posiblemente de los
trovadores de Provenza, en el sudeste de
Francia, que acostumbraban expresar polémicas en versos. Estos trovadores o
juglares tomaron las crónicas de la historia
bajo la forma de versos.
Este
genero se populariza en la America hispana, hasta
donde llega de España, adaptándose a las características musicales propias de
cada lugar., fundamentalmente en Uruguay, Argentina, Chile y Cuba.
Surge
en la zona rural de Buenos Aires en el siglo XVII
El
testimonio de Alonso Carrio de la Vandera – Concolorcorvo – (este es el seudónimo del
indio Calixto Bustamante secretario de
Carrio de la Vandera ,
al que algunos le atribuyen la obra) en 1771 en la obra “Lazarillo de ciegos caminantes…” describe a los habitantes de las
llanuras rioplatenses “como mozos de mala camisa y peor vestido
que llevan una guitarrita que aprenden a tocar muy mal para cantar desentonadamente las coplas que sacan de su cabeza y que
regularmente ruedan sobre amores”.
La payada fue el canto que expresaba el sentir del gaucho a
través de contrapuntos elaborados por
payadores, los que acompañados por su guitarra expresaban un recitado en rima,
deleitando a los parroquianos en las
pulperias de la campaña. La payada, fue impuesta hacia el interior del país por
la magia y la admiración que supo despertar en el pueblo. Nacida en octosílabos, herencia del romance
tradicional español, se aplicó
comúnmente en forma de cuartetas, en lo que se dio en llamar el romance
criollo.
Al volcarse los payadores al tango, es entendible que en las primeras composiciones tangueras se
utilizara la misma estructura, los primeros representantes tambien cultivaban
el canto criollo que habian heredado de los viejos payadores.
El genero gauchesco en la literatura adopta este estilo desde Juan Baltazar Maciel (1727-1788) que
celebra el triunfo de Pedro de Cevallos contra los portugueses, en su obra “Canta un guaso en estilo campestre…”
comenzando de esta manera: “Aquí me
pongo a cantar abajo de aquestas talas…”un siglo después Martin Fierro tiene un
comienzo parecido: “aquí me pongo a cantar al compas de la viguela…”
La tradición oral toma esta forma de iniciar el canto como
patrimonio popular en toda america latina.
El payador es un poeta repentista que actúa individualmente
o en contrapunto con otro, el payador
debe poseer condiciones innatas tanto para la poesía como para la respuesta
ligera, se hacen preguntas sobre distintos temas intentando no ser superado por su ocasional
contrincante, sin olvidar el manejo de la guitarra, su fiel compañera, para lo
cual debe poseer ciertos conocimientos musicales. En la payada se entremezcla
mensaje, canto y música, y prima el metro de los versos y la rima utilizada.
La característica principal de la payada es cantar opinando, en sus comienzos se
tocan temas políticos y sociales del
momento y también temas amorosos y picarescos. Al no ser obras escritas se
pierden rápidamente.
Al
payador, lo caracterizan reflexiones filosóficas cuya expresión es instantánea,
surgiendo de sus pensamientos sin tener escritura previa.
En uno de los pasajes de Facundo de Sarmiento, se describe al payador como
un cantor errante que “no tiene residencia fija, su morada esta
donde la noche lo sorprende, su fortuna son sus versos y su voz. La poesía
original del cantor es pesada, monótona, irregular, mas narrativa que
sentimental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre,…el cantor posee un
repertorio de poesías populares, quintillas, decimas y octavas, diversos
generos de versos octosílabos. Entre estas hay muchas composiciones de merito y
que descubren inspiración y sentimiento”
Esta
es la figura que describe Sarmiento, sin embargo otros escritores mencionan y
describen al payador como un trabajador aficionado a la guitarra y que comparte
con sus compañeros de trabajo y vecinos, sus coplas. Presentes en los días
festivos o en los momentos de ocio, lo que atrae de esta figura es el arte de
la composición improvisada, el instante mismo de la creación. Las pulperías son
el espacio en que se los suele ubicar, y donde se arman desafíos entre otros
payadores, cantando a contrapunto o bien respondiendo a los temas que su
público les plantea. En el arte de la payada la repetición es reemplazada por
la improvisación. (Emilia Sganga)
La música de
la payada
La
estructura musical que sostiene el canto
de los payadores ha pasado fundamentalmente desde el cielito y la cifra a la
milonga . La cifra ha sido durante el siglo XIX y aun a principios del XX el
caballito de batalla de los troveros criollos para cantar improvisando. La milonga
predomina durante el siglo XX, aunque ya
en 1884 Gabino Ezeiza frente al payador Nemesio Trejo introdujo la milonga.
El estilo
de la milonga en los payadores de Uruguay
tomaba un ritmo más candombero, por la mayor presencia de negros en ese
lugar.
Gabino
Ezeiza al regresar de Uruguay incorpora al canto payadoril la milonga
Martin Castro, “el payador rojo”, escribio estos versos
donde expresa su sentir social y dedicado a los payadores.
El
que inventó la guitarra
tuvo la genial idea
de abrirle boca a la caja
para que hablaran las cuerdas;
el payador legendario
hizo tribuna con ella,
y acusó a los que alambraban
leguas y leguas ajenas,
y no quedó un orejano
ni de lana, ni de cerda.
Se le oyó en la pulpería
y en la lejana vivienda,
en un fogón de una estancia
como al pie de una carreta;
cuando era la raza gaucha
una familia dispersa,
y erraba sin conocerse
en la soledad inmensa,
él cantaba en los fogones
el amor de la querencia.
Fue en los tiempos que a rebenque
imponían la obediencia
y acallaban la palabra
en los cepos de cabeza;
cuando al gaucho lo mandaban
a servir a las fronteras,
padeciendo en los fortines
hasta dejar la osamenta,
que fue blanco de una bala,
puntería de una flecha.
El payador fue el primer
grito de desobediencia
que se oyera en las esquilas,
que no peonó en una yerra
y hachaba los alambrados
con la tranquila conciencia
que no podía consentir
la tradición sin tranqueras,
cuando ni se conocían
los colores de la enseña.
La tradición en la historia
es una página ciega,
de sargentos sublevaos
en las pardas montoneras;
al gaucho lo utilizaban
en la ofensa y la defensa,
arrancados de su rancho
en las temerarias levas;
hoy la política criolla
es el fruto de esa siembra.
Como el bardo descubría
con sus viriles cuartetas
las injusticias que ocultaba
en las sombras de la época,
apareció el policiano
blandiendo el corvo en la diestra,
pero no pudo humillarlo
ni la coyunda gallega,
ni la prepotencia criolla,
al hombre dela
Anteamérica.
Porq ue los bardos de antaño
no eran de arrear con las riendas,
no eran de arrearlos, repito,
porque las tenían bien puestas;
defendían la guitarra
como a la misma bandera,
envuelto entre las astillas
cayeron sobre la huella,
porque el payador tenía
alma para defenderla.
Entiendo que el payador
debe pulsar la vihuela
y hacerle oír al gobernante
los gritos de la miseria;
de la miseria económica,
de la niñez sin escuela,
del que persigue al conscripto
que del cuartel se deserta
y admiten que erren los niños
sin aprender una letra.
Yo me sentí payador
cuando a la humilde ralea
sometida bajo el taco
de una bota forastera,
gente que nadie la oía
conseguí que se la oyera;
que ella misma reclamara
el pan por su propia lengua,
que el hombre es igual a otro hombre
bajo el sol sobre la tierra.
Yo he sido la voz del pueblo
que le devolvió la ofensa
al señor terrateniente
dueño del hombre y la hacienda;
si como ayer yo lo hiciera
hoy lo hicieran mis colegas,
en vez de una sala de armas
la Patria
sería una escuela
y para el año dos mil;
libre toda Sud América.
tuvo la genial idea
de abrirle boca a la caja
para que hablaran las cuerdas;
el payador legendario
hizo tribuna con ella,
y acusó a los que alambraban
leguas y leguas ajenas,
y no quedó un orejano
ni de lana, ni de cerda.
Se le oyó en la pulpería
y en la lejana vivienda,
en un fogón de una estancia
como al pie de una carreta;
cuando era la raza gaucha
una familia dispersa,
y erraba sin conocerse
en la soledad inmensa,
él cantaba en los fogones
el amor de la querencia.
Fue en los tiempos que a rebenque
imponían la obediencia
y acallaban la palabra
en los cepos de cabeza;
cuando al gaucho lo mandaban
a servir a las fronteras,
padeciendo en los fortines
hasta dejar la osamenta,
que fue blanco de una bala,
puntería de una flecha.
El payador fue el primer
grito de desobediencia
que se oyera en las esquilas,
que no peonó en una yerra
y hachaba los alambrados
con la tranquila conciencia
que no podía consentir
la tradición sin tranqueras,
cuando ni se conocían
los colores de la enseña.
La tradición en la historia
es una página ciega,
de sargentos sublevaos
en las pardas montoneras;
al gaucho lo utilizaban
en la ofensa y la defensa,
arrancados de su rancho
en las temerarias levas;
hoy la política criolla
es el fruto de esa siembra.
Como el bardo descubría
con sus viriles cuartetas
las injusticias que ocultaba
en las sombras de la época,
apareció el policiano
blandiendo el corvo en la diestra,
pero no pudo humillarlo
ni la coyunda gallega,
ni la prepotencia criolla,
al hombre de
Porq
no eran de arrear con las riendas,
no eran de arrearlos, repito,
porque las tenían bien puestas;
defendían la guitarra
como a la misma bandera,
envuelto entre las astillas
cayeron sobre la huella,
porque el payador tenía
alma para defenderla.
Entiendo que el payador
debe pulsar la vihuela
y hacerle oír al gobernante
los gritos de la miseria;
de la miseria económica,
de la niñez sin escuela,
del que persigue al conscripto
que del cuartel se deserta
y admiten que erren los niños
sin aprender una letra.
Yo me sentí payador
cuando a la humilde ralea
sometida bajo el taco
de una bota forastera,
gente que nadie la oía
conseguí que se la oyera;
que ella misma reclamara
el pan por su propia lengua,
que el hombre es igual a otro hombre
bajo el sol sobre la tierra.
Yo he sido la voz del pueblo
que le devolvió la ofensa
al señor terrateniente
dueño del hombre y la hacienda;
si como ayer yo lo hiciera
hoy lo hicieran mis colegas,
en vez de una sala de armas
y para el año dos mil;
libre toda Sud América.
Como homenaje a los
payadores latinoamericanos, lleguen los
versos de la poeta chilena Violeta
Parra:
Pa’ cantar de un improviso
se requiere buen talento,
memoria y entendimiento,
fuerza de gallo castizo.
Cual vendaval de granizo
han de florear lo vocablo.
Se ha de asombrar hastel
diablo
con muchas bellas razones
como en las conversaciones
entre San Pedro y San Pablo.