jueves, 9 de agosto de 2012

Desde los origenes hacia el tango




La payada, el payador y su arte
 
 
 La payada es una expresión artística cuyo origen se estima proviene de los campesinos españoles y posiblemente de los trovadores de Provenza, en el sudeste  de Francia, que acostumbraban expresar polémicas en versos. Estos trovadores o juglares   tomaron las crónicas de la historia bajo la forma de versos.
 
Este genero se populariza en  la America hispana, hasta donde llega de España, adaptándose a las características musicales propias de cada lugar., fundamentalmente en Uruguay, Argentina, Chile y  Cuba.
 
Surge en la zona rural de Buenos Aires en el siglo XVII
 
El testimonio de Alonso Carrio de la Vandera – Concolorcorvo – (este es el seudónimo del indio Calixto Bustamante  secretario de Carrio de la Vandera, al que algunos le atribuyen la obra) en 1771 en la obra “Lazarillo de ciegos caminantes…” describe a los habitantes de las llanuras rioplatenses  “como mozos de mala camisa y peor vestido que llevan una guitarrita que aprenden a tocar muy mal para  cantar desentonadamente  las coplas que sacan de su cabeza y que regularmente ruedan sobre amores”.
 
La payada fue el canto que expresaba el sentir del gaucho a través de contrapuntos  elaborados por payadores, los que acompañados por su guitarra expresaban un recitado en rima, deleitando  a los parroquianos en las pulperias de la campaña. La payada, fue impuesta hacia el interior del país por la magia y la admiración que supo despertar en el pueblo. Nacida en octosílabos, herencia del romance tradicional español, se aplicó comúnmente en forma de cuartetas, en lo que se dio en llamar el romance criollo.
 
Al volcarse los payadores al tango, es entendible que en las primeras composiciones tangueras se utilizara la misma estructura, los primeros representantes tambien cultivaban el canto criollo que habian heredado de los viejos  payadores.
 
El genero gauchesco en la literatura adopta este estilo desde Juan Baltazar Maciel (1727-1788) que celebra el triunfo de Pedro de Cevallos contra los portugueses, en su obra “Canta un guaso en estilo campestre…” comenzando de esta manera:  “Aquí me pongo a cantar abajo de aquestas talas…”un siglo después Martin Fierro tiene un comienzo parecido: “aquí me pongo a cantar al compas de la viguela…”
La tradición oral toma esta forma de iniciar el canto como patrimonio popular en toda america latina.
 
El payador es un  poeta repentista que actúa individualmente o  en contrapunto con otro, el payador debe poseer condiciones innatas tanto para la poesía como para la respuesta ligera, se hacen preguntas sobre distintos temas  intentando no ser superado por su ocasional contrincante, sin olvidar el manejo de la guitarra, su fiel compañera, para lo cual debe poseer ciertos conocimientos musicales. En la payada se entremezcla mensaje, canto y música, y prima el metro de los versos y la rima utilizada.
 
 La característica principal de la payada es cantar opinando, en sus comienzos se tocan temas  políticos y sociales del momento y también temas amorosos y picarescos. Al no ser obras escritas se pierden rápidamente.
 
Al payador, lo caracterizan reflexiones filosóficas cuya expresión es instantánea, surgiendo de sus pensamientos sin tener escritura previa.
 
En uno de los pasajes de Facundo de Sarmiento, se describe al payador como un cantor errante que “no tiene residencia fija, su morada esta donde la noche lo sorprende, su fortuna son sus versos y su voz. La poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular, mas narrativa que sentimental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre,…el cantor posee un repertorio de poesías populares, quintillas, decimas y octavas, diversos generos de versos octosílabos. Entre estas hay muchas composiciones de merito y que descubren inspiración y sentimiento”
Esta es la figura que describe Sarmiento, sin embargo otros escritores mencionan y describen al payador como un trabajador aficionado a la guitarra y que comparte con sus compañeros de trabajo y vecinos, sus coplas. Presentes en los días festivos o en los momentos de ocio, lo que atrae de esta figura es el arte de la composición improvisada, el instante mismo de la creación. Las pulperías son el espacio en que se los suele ubicar, y donde se arman desafíos entre otros payadores, cantando a contrapunto o bien respondiendo a los temas que su público les plantea. En el arte de la payada la repetición es reemplazada por la improvisación. (Emilia Sganga)
 
La música de la payada
 
La estructura musical  que sostiene el canto de los payadores ha pasado fundamentalmente desde el cielito y la cifra a la milonga . La cifra ha sido durante el siglo XIX y aun a principios del XX el caballito de batalla de los troveros criollos para  cantar improvisando. La milonga predomina  durante el siglo XX, aunque ya en 1884 Gabino Ezeiza frente al payador Nemesio Trejo introdujo la milonga. 
El estilo de la milonga en los payadores de Uruguay  tomaba un ritmo más candombero, por la mayor presencia de negros en ese lugar.
 
Gabino Ezeiza al regresar de Uruguay incorpora al canto payadoril la milonga 
 
Martin Castro, “el payador rojo”, escribio estos versos donde expresa su sentir social y dedicado a los payadores.
 
El que inventó la guitarra
tuvo la genial idea
de abrirle boca a la caja
para que hablaran las cuerdas;
el payador legendario
hizo tribuna con ella,
y acusó a los que alambraban
leguas y leguas ajenas,
y no quedó un orejano
ni de lana, ni de cerda.

Se le oyó en la pulpería
y en la lejana vivienda,
en un fogón de una estancia
como al pie de una carreta;
cuando era la raza gaucha
una familia dispersa,
y erraba sin conocerse
en la soledad inmensa,
él cantaba en los fogones
el amor de la querencia.

Fue en los tiempos que a rebenque
imponían la obediencia
y acallaban la palabra
en los cepos de cabeza;
cuando al gaucho lo mandaban
a servir a las fronteras,
padeciendo en los fortines
hasta dejar la osamenta,
que fue blanco de una bala,
puntería de una flecha.

El payador fue el primer
grito de desobediencia
que se oyera en las esquilas,
que no peonó en una yerra
y hachaba los alambrados
con la tranquila conciencia
que no podía consentir
la tradición sin tranqueras,
cuando ni se conocían
los colores de la enseña.

La tradición en la historia
es una página ciega,
de sargentos sublevaos
en las pardas montoneras;
al gaucho lo utilizaban
en la ofensa y la defensa,
arrancados de su rancho
en las temerarias levas;
hoy la política criolla
es el fruto de esa siembra.

Como el bardo descubría
con sus viriles cuartetas
las injusticias que ocultaba
en las sombras de la época,
apareció el policiano
blandiendo el corvo en la diestra,
pero no pudo humillarlo
ni la coyunda gallega,
ni la prepotencia criolla,
al hombre de la Anteamérica.

Porq
ue los bardos de antaño
no eran de arrear con las riendas,
no eran de arrearlos, repito,
porque las tenían bien puestas;
defendían la guitarra
como a la misma bandera,
envuelto entre las astillas
cayeron sobre la huella,
porque el payador tenía
alma para defenderla.

Entiendo que el payador
debe pulsar la vihuela
y hacerle oír al gobernante
los gritos de la miseria;
de la miseria económica,
de la niñez sin escuela,
del que persigue al conscripto
que del cuartel se deserta
y admiten que erren los niños
sin aprender una letra.

Yo me sentí payador
cuando a la humilde ralea
sometida bajo el taco
de una bota forastera,
gente que nadie la oía
conseguí que se la oyera;
que ella misma reclamara
el pan por su propia lengua,
que el hombre es igual a otro hombre
bajo el sol sobre la tierra.

Yo he sido la voz del pueblo
que le devolvió la ofensa
al señor terrateniente
dueño del hombre y la hacienda;
si como ayer yo lo hiciera
hoy lo hicieran mis colegas,
en vez de una sala de armas
la Patria sería una escuela
y para el año dos mil;
libre toda Sud América.
 
 
Como homenaje a los payadores latinoamericanos, lleguen  los versos de la poeta chilena Violeta Parra:
 
Pa’ cantar de un improviso
se requiere buen talento,
memoria y entendimiento,
fuerza de gallo castizo.
Cual vendaval de granizo
han de florear lo vocablo.
Se ha de asombrar hastel diablo
con muchas bellas razones
como en las conversaciones
entre San Pedro y San Pablo.